EL VUELO
 
 
     
 

Corrigan puso en marcha su avión el 17 de julio y con una linterna echó un vistazo al motor y se aseguró que funcionaba bien. Le pareció que sonaba correcto, subió a la cabina de “Rayo de sol” y despegó, rumbo al este.

El avión estaba tan sobrecargado que recorrió 1.000 metros sobre la pista antes de dejar el suelo. Cuando sobrepasó el límite este del aeropuerto, iba sólo a 50 pies de altura. Poco después, desaparecería en la niebla, rumbo este.

Corrigan había volado hacia el este durante 10 horas cuando de repente notó sus pies anormalmente fríos. La fuga de combustible del depósito principal había empeorado, y la gasolina empapaba sus zapatos y todo el suelo de la cabina. Estaba en algún lugar sobre el Océano Atlántico y perdía combustible minuto a minuto.

Voló a través de la oscuridad. La meteorología no le acompañaba y la fuga de combustible se iba haciendo mayor. Al cabo de poco tiempo, la gasolina alcanzó un nivel de 3 cm en el suelo de la cabina. Perder gasolina ya era bastante malo, pero Corrigan estaba preocupado con que el combustible llegara a los escapes y se incendiara, lo que no le daría ninguna oportunidad de sobrevivir.

Sabía lo que había que hacer para reparar la pérdida, pero allí arriba poco podía hacer. Sólo llevaba un destornillador a bordo. Con él, hizo un agujero en el suelo de la cabina. La gasolina salió expulsada vertiéndose por el lado opuesto a los escapes. Seguía perdiendo combustible, pero al menos el avión no explotaría.

Aunque era imposible detener la pérdida de combustible, Corrigan pensó como podía compensarla. El problema no había sido tan grave en su vuelo a través del país, y había aparecido apenas dejó Nueva York. Y en este viaje no había dónde aterrizar si se quedaba sin combustible.

Corrigan decidió volar en línea recta esperando tener la suficiente gasolina para alcanzar tierra. Cuando vio un pesquero, bajó cerca del agua y voló sobre él. Se dio cuenta de que un barco tan pequeño no podía estar muy lejos de la costa. Le pareció que lo iba a conseguir, y abrió un paquete galletas de higos secos para celebrarlo.

El aeródromo de Baldonnel, Dublín en 1934

Había acabado las galletas y empezado una tableta de chocolate cuando divisó tierra. Poco después, recordaba, “Por fin, vi algunas bonitas colinas verdes”. No pasó mucho tiempo hasta que alcanzó el aeropuerto Baldonnel de Dublín, aterrizando el 18 de julio.

Corrigan había conseguido su sueño, pero no estaba seguro de lo que le iba a costar. Había infringido las reglas, y se dio cuenta de que su comportamiento a partir de ese momento  determinaría lo que iba a pasar en los años siguientes de su vida.