PROBLEMAS BUROCRÁTICOS
 
 
     
 

Corrigan volvió a San Diego y trabajó en una fábrica de aviones durante un tiempo, pero eso no satisfacía sus ansias de aventura. Decidió reconstruir su Curtiss Robin y perseguir su sueño de cruzar el Atlántico. Sabía que era arriesgado, pero por lo menos no se aburriría. Como era de origen irlandés, escogió Dublín como destino.

Compró un motor nuevo, un Wright J6-5 de 165 HP y cinco cilindros. También construyó e instaló los tanques de combustible suplementarios que iba a necesitar si intentaba el vuelo transatlántico. En lo que estaba en su mano, Douglas Corrigan se había preparado para ser el primer hombre en volar sin escalas de Nueva York a Dublín. Pero no era tan sencillo. Cuando un Inspector Federal examinó su avión, sólo lo certificó para vuelos sobre tierra firme a través del país.

Pero Corrigan no se rindió. Voló hasta Nueva York, parando en St. Louis por el camino. Escribió a la Oficina Federal del Comercio Aéreo, solicitando permiso para seguir adelante con el vuelo. Sin una razón aparente, fue obligado a esperar hasta el año siguiente. Entonces se le informó de que necesitaría la licencia de radio operador para hacer el vuelo, aunque su avión no estaba equipado con radio.

Corrigan y "Rayo de sol", su Curtiss Robin J1

Volvió a California, obtuvo la licencia e instaló dos tanques más de combustible. Al año siguiente, 1937, volvió a solicitar el permiso para realizar el vuelo, pero Amelia Earhart había desaparecido sobre el Pacífico justo unos pocos meses antes, y en esa coyuntura nadie en Washington estaba dispuesto a dar el visto bueno a ninguna nueva aventura sobre el mar. Y todavia peor, el gobierno rechazó renovar el certificado del avión de Corrigan, lo que significaba que no podía volar a ninguna parte. “Parecía que todo había terminado”, después escribiría.

Pero el piloto no había agotado todas sus posibilidades todavia. Aunque sin permiso para volar, todavia tenía su avión. “No pueden colgarte por volar con un avión sin certificado”, supuso. “Columbus tuvo una oportunidad, ¿por qué yo no?”. Voló hacia Nueva York, planeando dirigirse al campo Floyd Bennett en Brooklyn. Pensó que podría aterrizar de noche, cuando los controladores se hubieran marchado a casa. Entonces llenaría sus tanques y cruzaría el océano como un torpedo.

Preparando la gran aventura, Corrigan le dio un nombre a su avión. “Siempre había considerado a mi avión como un pequeño rayo de sol”, decía. “Así que pinté el nombre de ‘Rayo de sol’ en el carenado”.

Sin embargo, el vuelo a Nueva York no fue bien. El mal tiempo obligó a Corrigan a aterrizar en Arizona el primer día. Al día siguiente, ocurrió lo mismo en Nuevo México. La misma tónica continuo durante todo el viaje. Empleó dos días más sólo para atravesar Texas. Corrigan se vio forzado a aterrizar en campos no controlados, a los que nadie volaba a propósito, incluyendo Arkadelfia, Ezel y Buckhannon. Empleó nueve días en viajar de California a Nueva York.

Por entonces era final de octubre y llegaba el frío. Corrigan decidió no arriesgarse con un vuelo oceánico. Ofender a unos burócratas era una cosa, y enfrentarse a los fríos cielos del Atlántico Norte podía ser bastante más peligroso. El vuelo planeado por Corrigan ya podía ser suficientemente arriesgado con buen tiempo.

En lugar del vuelo transatlántico, intentó un vuelo sin escalas de retorno a California. Corrigan aterrizó en el Floyd Bennett una tarde, llenó sus tanques de combustible y despegó de nuevo. Nadie le detuvo, ni nadie le dijo nada sobre la falta de certificado del avión. Pronto tuvo razones para agradecer no haber intentado el salto sobre el océano. Sobre Mississipi, encontró temperaturas tan bajas que se le formó hielo en el carburador. Eso provocó pérdidas de potencia, y Corrigan tuvo que acelerar y desacelerar el motor sucesivamente para desprender el hielo y prevenir que se formara de nuevo.

Vista aérea del aeródromo Floyd Bennett (Nueva York), en 1934

Con el viento de cara, no tuvo el suficiente combustible para llegar a Los Angeles sin escalas. Pudo alcanzar California, aterrizando en el aeródromo Adams, en el Valle de San Fernando. Allí fue donde las autoridades federales le inmovilizaron. Un inspector examinó el avión y comunicó a las autoridades del aeropuerto que no le dejaran volver a despegar. “Rayo de sol” permaneció en el hangar del campo Adams los siguientes seis meses.